Comenzamos a presentar hoy en el blog
una entrevista que nos llevará a pensar en un tema de gran interés actualmente,
especialmente importante para nosotros que producimos y difundimos historia por internet: los cambios que la era
digital trajo para el trabajo de los historiadores. Nuestro entrevistado es
Pedro Telles da Silveira, actualmente doctorando en la Universidad Federal de
Rio Grande del Sur (UFRGS), que posee maestría en Historia por la Universidad Federal
de Ouro Preto (UFOP). Su disertación, bajo la orientación del profesor Fernando
Nicolazzi, titulada O cego e o coxo:
historiografia, erudição e retórica no Brasil do século XVIII [El ciego y el cojo: historiografía, erudición
y retorica en Brasil del siglo XVIII],
fue publicada en libro en 2016, por la FAP-UNIFESP de São Paulo. Después de
dedicarse a estudios acerca de la erudición histórica, Pedro Telles da Silveira
he estado estudiando cuestiones relativas a historia digital. El impacto de
nuevas formas de archivos digitales y sus implicaciones para nociones
fundamentales para los historiadores, como documento, evidencia y
acontecimiento, han sido algunos de los temas de su trabajo. En esta
entrevista, conversaremos con el investigador sobre esos temas, de gran
relevancia para historiadores y estudiantes de historia, confrontados con esa
realidad cuya presencia ya nos parece tan evidente que los riesgos de una
naturalización de los procedimientos de investigación en la era digital parecen
estar en aumento.
Pedro Afonso Cristovão dos Santos: Pedro Telles da Silveira, primeramente
muchas gracias por aceptar la invitación del blog. Usted ha estudiado los cambios
provocados en la práctica de los historiadores por el contacto con los archivos
digitales. ¿En relación a la noción de documento, cuales serian, en síntesis,
esas alteraciones?
Pedro Telles da Silveira: El documento está en lo central de mi
trabajo y también de la recepción de los debates de historia digital. Percibo
que existe una gran inquietud con el uso de las fuentes digitales,
especialmente aquellas que no poseen correspondiente físico, llamados born digital, o sea, generadas
digitalmente. Esas fuentes inquietan por su inestabilidad (los links pueden ser
eliminados rápidamente, ellas son editadas con frecuencia etc.) y por su
abundancia, de modo que se hace difícil hacer el recorte de lo que es
interesante o no en cuanto a fuentes históricas. Por otro lado, también percibo
una gran aceptación de las iniciativas de digitalización de fuentes históricas
manuscritas e impresas, ahora pasibles de ser accedidas con facilidad hasta
entonces inaudita. Se puede decir, por lo tanto, que existe una abundancia de
fuentes positivas y otras negativas. La primera, relacionada a las colecciones
digitalizadas y la facilidad de que eso provea a la investigación histórica; la
última, pensada con relación a los nuevos tipos de fuentes digitales con lo
cual los historiadores, en general todavía no aprendieron a trabajar. Se
percibe, de ese modo, que las fuentes digitales solo se vuelven un problema
reconocido cuando desafían la imagen que los historiadores e historiadoras
hacen de su oficio y los métodos que aprendieron a utilizar en sus trayectorias
de investigación. Sin embargo sobre eso, me gustaría hablar en otro momento.
Volviendo al tema anterior, de forma
sorprendente (o ni tanto, tal vez), me parece que, en esta abundancia positiva
de fuentes ocasionadas por la digitalización
de colecciones, se reforzó algunas órdenes o imperativos conectados a la
exhaustividad del trabajo histórico que constituyeron sus ethos tradicional. Si en algunos años se destacaban que el nuevo
paisaje intelectual y tecnológico se volvería imposible el sueño del historiador
o de la historiadora de leer ‘’todo’’ lo que estaba disponible sobre cierto
asunto, me parece que hoy existe una exigencia mayor justamente debido a esa
facilidad de acceso. ‘’¿Así como vos no leíste estas fuentes, si hoy en día es
tan fácil leerlas, comparado con mi época…? ‘’ o ‘’¿porque vos no incorporaste
este archivo en tu revisión bibliográfica, si tenemos acceso a periódicos de
todo el mundo?’’. Son frases que escuchamos o podríamos escuchar en algún
momento. O podemos pensar en algo más prosaico todavía, el aspecto de ‘’vicio’’
que adquiere muchas veces la búsqueda de bibliografía online, principalmente en
los sitios que garantizan el acceso ilegal a la producción académica
internacional. Con esos ejemplos, se percibe
que los historiadores e historiadoras tienen dificultad en seleccionar los
materiales en todas las etapas que constituyen sus investigaciones, para no
hablar de una credibilidad reforzada que es dada a las fuentes o a diligencia
de los historiadores e historiadoras encima de todos los otros aspectos de su
trabajo, como su juicio crítico o su astucia interpretativa y que caminan en la
dirección contraria de nuestra prensada necesidad de síntesis.
Me parece, por lo tanto, que existen
dos reacciones básicas que solo en apariencias son diferentes. Una es la
consolidación de los requisitos tradicionales de métier, otra, el temor de
que esos preceptos básicos no sean atendidos. En ambos casos, todavía, no se
vuelve las cuestiones justamente para el que compone ese métier o oficio del historiador, así como no se discute sustancialmente
lo que son los documentos digitales. Es aquí donde procuro inserir mi trabajo.
En mi opinión, los documentos
digitales traen cuestionamientos que no pueden ser inseridos de forma fácil o
simple en una narrativa que percibe el progresivo alargamiento del campo de las
fuentes utilizadas por los historiadores e historiadoras. No es como si tuviésemos
pasado del documento escrito para incorporar las imágenes pictóricas, después
el cine y el vídeo, las fuentes orales y, por fin, las fuentes digitales.
Aunque se pueda decir que todo tipo de documento posee características que los
otros no tienen, en mi trabajo procuro argumentar que las fuentes digitales
terminan por cuestionar justamente los presupuestos sobre los cuales se
asientan nuestra definición tradicional de fuente o documento histórico.
Para más allá de una serie de
propiedades como aquellas destacadas por Lev Manovich al respecto de nuevos medios, tales como la
representación numérica, la modularidad, la variabilidad y la transcodificacion
(MANOVICH, 2001, PP. 27-30), he trabajado con las fuentes digitales según el
concepto de imagen técnica, de Vilém
Flusser (2008; 2011). Imagen técnica es, al principio, toda imagen generada por
equipamientos y procedimientos técnicos, y no por la mano humana. Existe, así,
un desplazamiento de papel del humano en
la creación de esas imágenes. Eso las coloca en otro plano con relación a
nuestros sentidos. Se puede pensar, por ejemplo, en una pintura y una imagen
digitalizada. En cuanto a la pintura es el resultado de un acto que busca crear
una representación del mundo o de
algo en el existente, una imagen digitalizada es la presentación de un
resultado condicionado por las capacidades técnicas del hardware y los software
de edición de imágenes y que en vez de proceder por la superposición de camadas
de tinta, reúne datos numéricos y pixeles en una forma que, a nuestros ojos, se
parece con una imagen, pero no es necesariamente. Como afirma otro autor, el
historiador de medios alemán Wolfgang Ernst, multimedios es un término
engañador, pues el computador trabaja apenas con un ‘’medio’’, numérico (ERNST,
2012, p. 71).
Traté de pensar en las fuentes
digitales, independientes de su origen, bajo el nombre de fuentes técnicas. Ellas son creadas y leídas por maquinas que hacen
la intermediación entre el lado bruto y su forma perceptible a los ojos
humanos. Y al considerarse presencia de procedimientos técnicos, maquinas, creo
que se cuestiona el corazón de lo que se define por fuente histórica.
Normalmente las fuentes son concebidas como vestigios o indicios, lo que las
coloca, en una relación de sustracción con relación al pasado. ‘’De todo lo que
fue el pasado, estos vestigios es lo que sobró para nosotros…’’. En caso de las
fuentes digitales, la relación es inversa. Su creación no es motivada por un
factor externo, como la huella es causada por el pasaje de un individuo o
animal por la tierra. En ese sentido, ellas son siempre una creación y, en
cuanto tal, se colocan en una relación de adicción con relación al mundo,
presentado siempre más de lo que había en el antes de existir. Se invierte la
relación y es posible, entonces, que tengamos más ‘’todos’’ que partes. Eso
explicaría la desorientación causada por el exceso de registros, así como
posibilita pensar en ‘’copias’’ que vienen antes de sus ‘’originales’’, hasta
el punto de invalidar la propia distinción entre original y copia…
Creo que ese es el campo de problemas
que se abre con la consideración de los documentos digitales. Todavía no
tenemos el vocabulario conceptual tampoco los procedimientos críticos para
abordarlas como si fueran una más de las fuentes históricas. Tal vez nunca los
tengamos. Me parece que podemos abordarlas, por en cuanto, sacándolas del
ámbito de los indicios, según la
terminología de Paul Ricoeur, para llevarlas al polo de testimonio. Según Ricoeur, el indicio es descifrado, en cuanto que
el testimonio es interpretado. Si eso se aplicara a las nuevas fuentes
digitales, entonces los indicios son cada vez más pasibles de interpretar,
además como encontramos cotidianamente en nuestra experiencia política. Lo que
eso significa es que la realidad como el término mediador a asegurar la
felicidad de nuestros relatos históricos se convierte cada vez más en un campo
de disputa, en interpretación.
Pedro Afonso Cristovão dos Santos: En su trayectoria académica, usted estudió,
entre otros temas, las concepciones de erudición histórica en las academias del
siglo XVIII (SILVEIRA, 2016), bien como el anticuariado, participando inclusive
de la traducción de un importante texto de Arnaldo Momigliano sobre el tema (MOMIGLIANO, 2014) – o sea,
trabajos que remiten a la forma de cómo los historiadores practicaban y
pensaban su oficio. ¿Es posible dimensionar, en una perspectiva a largo plazo,
en cuanto a las nuevas tecnologías de almacenamiento y acceso a la información
alteraron (o alterarán) la forma como los historiadores ven el propio oficio? ¿Los
historiadores serán ‘’programadores’’, como sugirió una vez Ladurie?
Pedro Telles da Silveira: Creo que toda la historia desde hoy en
adelante ‘será “digital’’ simplemente porque la situación en que vivimos lo es.
Eso también revela la inestabilidad o la inexactitud de términos como historia
o historiografía digital. Los términos son usados ahora para referirse al uso
de herramientas electrónicas digitales en el momento de la investigación, ahora
para indicar el uso de esas herramientas para la divulgación de los trabajos,
para calificar el análisis de documentos nascidos digitalmente. Destaco este
aspecto porque si digo que toda la historia futura será digital no quiero
decir, por otro lado, que la ‘’historia digital’’ será un campo que dominará
todos los demás.
En cuanto a la frase de Le Roy
Ladurie, ella parece haber encontrado nueva fuerza con el llamado big data, o sea, los amplios repertorios
de datos numéricos ahora disponible después de décadas de digitalización y
creación de fuentes digitales. Proyectos como el Google NGram, que mapea la
utilización de vocabularios a lo largo de décadas o siglos, son ejemplos de
iniciativas que operan con esa suerte de datos. Ese es un campo bastante
explorado por las digital humanities,
las cuales parecen ser caracterizadas sobre todo por el uso de herramientas
cuantitativas para el análisis de extensos corporación de datos, y se trata de
un campo bastante proficuo, con varios cursos y eventos en Europa y en los
Estados Unidos dedicándose a eso.[1]
Por otro lado, la historia digital
atraviesa los discursos de la historia pública. Los instrumentos digitales son
pensados como medios de difusión del conocimiento histórico, para no mencionar
la producción de conocimiento por otros sujetos que no son historiadores ni
historiadoras. Tenemos una serie de ejemplos bastante interesantes en ese
sentido.[2]
Me parece que este es un campo abierto – y me siento feliz de que lo sea-, pero
noto en todos los casos modificaciones en el papel del historiador, sea porque
el o ella pasan a responder las demandas publicas más explícitas, sea porque
sus actuaciones consistirían en proporcionar plataformas a través de las cuales
las personas consigan engancharse con el pasado, como en los proyectos
colaborativos de archivos digitales. En este último caso, los historiadores e
historiadoras dejan de ser escritores e intérpretes para transformarse en
curadores y expositores – cambiados, además que no es un todo inédito, pues ya
en el siglo XVIII se consideraba que el trato con los documentos llenaba a los
historiadores de características más propias a un recopilador que a un autor de
narrativas nuevas, en caso de que queramos encontrar similitudes con otros
momentos históricos.
En lo que dice respecto al trabajo, sin
embargo, percibo una serie de transformaciones igualmente significativas pero
casi imperceptibles. Una de las principales es el ambiente de trabajo del
historiador. Se puede trabajar todo el tiempo en casa, o en tránsito, se puede
estar en cualquier lugar. Con eso, el archivo asume un significado metafórico y
señala el archivo documental que el propio historiador o historiadora
constituye más que un lugar específico donde él o ella se encuentran para leer
y analizar los documentos. Es como si se pasase del ‘’trabajo de campo’’, lo
cual es siempre especifico, para el ‘’laboratorio’’, que es un espacio
abstracto no condicionado por las especificidades a su vuelta (ESKILDSEN, 2008,
p. 430). Otra alteración es en la velocidad del trabajo, lo cual es acelerado.
En su libro sobre los archivos, Arlette Farge resalta como parece extraño a aquellos
que no están acostumbrados que el trabajo del historiador consista en pasar
horas y horas copiando, sin ninguna alteración, centenas de pasadas (FARGE,
1989, pp. 24-25). Y sin embargo, en ese tiempo lento y artesanal es que surgen
las ideas. Con la aceleración resultante de las prácticas de ‘’copiar y
pegar’’, destaques en textos pdf, entre otras prácticas, el trabajo es
acelerado. Y pienso si eso no significaría que la tradición de un método
artesanal –un ‘’oficio’’ propiamente dicho – no está siendo rota a través de
estas pequeñas prácticas cotidianas que colocan el trabajo del historiador o la
historiadora en sintonía con la producción del conocimiento en escala
industrial impuesta por la dinámica de las disciplinas y por las agencias de estímulo…
Yo percibo, de cualquier forma, estas
tres alteraciones, ocurriendo cotidianamente. No sé cuál de ellas se volverá
hegemónica, si es que alguna de ellas tomará la delantera o no. Lo que me
parece cierto es que el historiador y la historiadora serán apenas uno más de
los elementos en el proceso que llevan a la producción del conocimiento
histórico, y ya no más personajes soberanos a reinar solitarias sobre los
archivos de las cuales proveen, como que por inspiración, los insights que
permiten penetrar a la realidad histórica. Ese desplazamiento de la centralidad
de los historiadores e historiadoras es resultado tanto de la intercesión de la
maquina con la necesidad de justificar públicamente sus investigaciones, tanto
por el hecho de ser más un empleado en la línea del montaje de la ciencia
cuanto por la constitución de redes y grupos de investigación. Se puede notar
que las modificaciones, luego, no son necesariamente negativas, apenas apuntan
para otros modos de hacer y de imaginar el oficio - si es que todavía será un
oficio, y no una profesión - de historiador.
Pedro Afonso Cristovão dos Santos: ¿Que registros la era digital dejará para
los historiadores del futuro? ¿Podemos pensar que las prácticas
historiográficas atravesarán transformaciones todavía mayores en las próximas
décadas?
Pedro Telles da Silveira: Creo que ejercicios de futurología aplicados
a la tecnología corren siempre el riesgo de fracasar. Me parece que uno de los
desafíos es hacer una reflexión que no se haga inválida por el propio avance
tecnológico. En ese sentido, es
necesario que el tiempo de la técnica y el tiempo de la reflexión no coincidan;
simultáneamente, sin embargo, es necesario pensar cada vez más rápido para dar
cuenta de los nuevos fenómenos históricos – sociales, políticos, culturales –
que tienen en las tecnologías digitales una de sus condiciones de existencia. Y
el historiador o la historiadora son llamados a intervenir en debates públicos
cada vez más significativos, como estamos viendo hoy con las discusiones sobre
la Escuela sin Partido o sobre la interpretación de los eventos políticos
recientes.
En cuanto a eso, considero la cuestión
principal aquella que dice respecto a cuál fuente y como estarán disponibles.
Ya se apuntó que es una ilusión creer que ‘’todo’’ quedará registrado en la
internet, de modo que el registro histórico ‘’completo’’ sobre el cual el
historiador norteamericano Roy Rosenzweig se indagaba es, en última instancia,
una utopía (ROSENZWEIG, 2011, p. 5).[3]
Todavía, si la internet es un gran archivo, ella es un archivo sin criterios
bien-establecidos de selección en lo cual la abundancia no llevará
necesariamente a mejores interpretaciones, minando los esfuerzos de
exhaustividades de los historiadores futuros.
Nuevamente, se puede pensar aquí
también en una vía positiva para este problema. Si la institución de archivos
está vinculada al establecimiento del Estado Nación en mediados del siglo XIX y
si, por tanto, la historiografía que se utilizó de los archivos es también una
historiografía caracterizada por el punto de vista estatal, las fuentes con las
cuales nos enfrentamos hoy y nos
enfrentaremos en el futuro escapan a esta perspectiva y pueden introducir una
pluralidad inesperada de voces. Se trata de una política que debe ser
valorizada.
Para fijarnos apenas con un ejemplo,
historiadores e historiadoras futuros de nuestra actual crisis política podrán
utilizar el Twitter como herramienta que les permitirá medir la popularidad de
expresiones y tópicos de acuerdo al
desarrollo de los acontecimientos – lo que sería un análisis que hace uso big data – y desvelar, en los
comentarios a ser analizados, el modo como las personas vivieron, en su
cotidiano, los eventos que ahora testimoniamos. Por lo tanto, se escapa a la
esfera ‘’oficial’’ de creación de las fuentes y tendremos que agregar al
análisis de decretos políticos, proyectos de ley, editoriales de periódicos,
programas políticos-partidarios, su recepción por varias camadas de la
sociedad.
No elegí el ejemplo del Twitter por
casualidad. En 2008, la Biblioteca del Congreso norteamericano cerró acuerdo
con el Twitter para preservar toda la documentación generada por esa
plataforma. El acuerdo, lastimosamente, no se dio, tanto por la falta de
voluntad política como por las dificultades técnicas. Sin embargo, el caso
muestra el compromiso de una empresa privada con la publicidad futura del
contenido que produce.
Y, con eso, creo que llegamos al
segundo aspecto que merece ser considerado. Los historiadores e historiadoras
del futuro tendrán que considerar fuentes como publicaciones del Facebook,
mensajes intercambiados en grupos – frecuentemente privados – o en herramientas
de comunicación instantánea, como el mismo Facebook o Whatsapp, además, y
claro, de e-mail – y todo eso sin considerar los propios formatos de
comunicación electrónica. En todos esos casos, la información a ser accedida es
propiedad de una empresa privada – y estamos todos constantemente produciendo
contenido para empresas privadas. Como será hecho el acceso a esas
documentaciones en el futuro todavía es una cuestión abierta.
A mí me gusta pensar en otro ejemplo,
aquellas de la manifestación del 2013. Grandes parcelas de fuentes que ayudan a
explicar los eventos de aquel año fueron generadas y destruidas por las redes
sociales. Como tener acceso a ellas en el futuro? Y en lo que respecta a las compañías
privadas, tal vez no sea inoportuno que justamente ahora haya ganado espacio el
campo de la historia corporativa, aquella vinculada a la memoria empresarial.[4]
De ese modo, estamos en un momento de
redefinición de los límites del público y de lo privado al cual los historiadores e historiadoras
deben estar atentos. Ese proceso cuestiona el sentido de la publicidad del
trabajo de historiador, sea en el sentido de que sus informaciones son de
origen público, sea porque él o ella tienen que rendir cuentas a la sociedad y
a su medio intelectual, sea porque el punto de vista que frecuentemente
adoptaron es el del Estado, que pasó, en determinado momento, a ser
identificado con la esfera pública. En la medida que el público y el privado
están siendo rediseñados, se coloca la cuestión también de relación del
conocimiento histórico con el paisaje estatal y corporativo nuevo en la cual se
insiere. Y eso me parece ser un problema a ser considerado en el futuro de la
historiografía.
Pedro Afonso Cristovão dos Santos: ¿En términos de enseñanza e investigación,
que consideraciones metodológicas crees que sea necesario incorporar a los
cursos de historia, para posicionar mejor a los estudiantes en esa nueva
realidad de archivos digitales?
Pedro Telles da Silveira: El llamado ‘’alfabetismo digital’’ me parece
ser provechoso para los estudiantes de historia actuales y futuros. Se trata de
un conocimiento aún restringido a curiosidades intelectuales y profesionales de
los estudiantes, y no de saberes que fueron incorporados institucionalmente a
las mallas curriculares de los cursos de historia. Creo que algunas nociones
básicas de programación deberían ya formar parte del currículo escolar, al
final se trata de un lenguaje con la cual nos confrontamos cotidianamente. Eso
no se debería hacer en prejuicio de las humanidades, quitadas de los currículos
para dar espacio a las nuevas tecnologías y disciplinas. En fin, se tiene que
considerar que las condiciones para que eso se pueda dar en Brasil de modo
satisfactorio todavía están muy lejos de ser alcanzadas, una vez que existan
otras cuestiones al respecto de la educación que son mucho más urgentes.
En el caso de la enseñanza
universitaria, con todo esto, pienso que un cambio significativo seria enseñar
a los estudiantes de historia a que actúen como parte de aquella cadena de
producción de conocimiento que mencioné anteriormente. Actualmente se discute
al respecto de la profesionalización y la inserción de historiadores e
historiadoras en espacios alternativos a la academia, pero en qué momento se le
enseñará a los futuros historiadores e historiadoras a rellenar edítales de
financiamiento, formularios de evaluación, coordinar o realizar la prestación
de cuentas de proyectos? Parecen
cuestiones insignificantes, pero son problemas enfrentados por graduandos y
graduados en historia cuando actúan profesionalmente y que ellos tienen por
aprender en la práctica.
Por eso, no creo que los
historiadores o historiadoras necesiten necesariamente saber programar o crear
una identidad visual para sus iniciativas, pero un cambio significativo en su
formación ya sería si ellos y ellas supiesen donde encontrar el programador o
el diseño que los ayudará a realizar sus
proyectos, que ahí si serán interdisciplinares.
Pedro Afonso Cristovão dos Santos: ¿En fin, gustarías de recomendar alguna
lectura esencial sobre Historia Digital?
Pedro Telles da Silveira: Existe una bibliografía interesante siendo
producida en Brasil al respecto de la historia digital en sus interfaces con la
historia contemporánea y con la historia pública, de la cual destaco los
trabajos de Anita Lucchesi (2014),
actualmente doctoranda en Luxemburgo, lo cuales son al mismo tiempo pioneros y
representan el estado del arte de la reflexión en el ambiente académico
brasileño. Además de esas bibliografías, existen los trabajos de Roy Rosenzweig
infelizmente ya fallecido, nombre de punta del campo en los Estados Unidos, y
los historiadores vinculados al Center for History and New Media, que producen
una interesante reflexión sobre el tema.[5]
Existe, también, la producción italiana sobre el asunto, bastante extensa y que
puede ser accedida fácilmente en periódicos como Diacronie e Memoria e Ricerca.[6]
En Francia, por fin, un nombre a ser destacado es el de Serge Noiret (2015),
uno de los responsables por esa vinculación entre la historia digital y la
historia pública.
Considero, todavía, que los caminos
para la reflexión pasan por un dialogo intenso y una apropiación efectiva de
los debates de otras areas. Existen muchas obras relevantes siendo producidas
en los campos de la teoría de la comunicación y de los software studies que abordan problemas con los cuales los
historiadores e historiadoras en mucho podrán ganar. El trabajo de Lev Manovich
(2001; 2013) es un ejemplo, además de otros que cité a lo largo de esta
entrevista. Los problemas levantados no son solamente metodológicos o
historiográficos, sino también filosóficos, teóricos y políticos. Por ese
motivo, hay un campo mucho más grande a explorar – y esto será mejor estudiado
en caso de que se mire más allá de las fronteras de la disciplina histórica.
Traducido por: Mariela Raquel Melgarejo
Referencias bibliográficas:
ERNST, Wolfgang. Digital Memory and the Archive. Minneapolis: University of
Minneapolis Press, 2012.
ESKILDSEN, Kasper Risbjerg. “Leopold
von Ranke’s Archival Turn: Location and Evidence in Modern Historiography”, in Modern Intellectual History, 5, 3
(2008), pp. 425-453.
FARGE, Arlette. Le goût de l’archive. Paris: Editions du Seuil, 1989.
FLUSSER, Vilém. Filosofia da caixa preta: ensaios para uma futura filosofia da fotografia.
São Paulo: Annablume, 2011.
_____. O universo das imagens técnicas: elogio da superficialidade. São
Paulo: Annablume, 2008.
LUCCHESI, Anita. Digital History e
Storiografia digitale: estudo
comparado sobre a escrita da história no tempo presente (2001-2011). Rio de
Janeiro: Programa de Pós-Graduação em História Comparada/UFRJ, 2014,
dissertação de mestrado.
MANOVICH, Lev. Software Takes Command. New York/London: Bloomsbury, 2013.
_____. The Language of New Media. Cambridge, Mass.: The MIT Press, 2011.
MOMIGLIANO, Arnaldo. “História antiga
e o antiquário”. Anos 90, Porto
Alegre, v. 21, n. 39, p. 19-76, jul. 2014.
NOIRET, Serge. “História Pública
Digital”, in Liinc em Revista, Rio de Janeiro, v. 11, n. 1, pp. 28-51, maio
2015.
ROSENZWEIG, Roy. Clio Wired: The Future of the Past in the Digital Age.
New York: Columbia University Press, 2011.
SILVEIRA, Pedro Telles da. O cego e o coxo: historiografia, erudição e
retórica no Brasil do século XVIII. 1. ed. São Paulo: FAP-UNIFESP, 2016.
[1] Refiro-me ao curso Doing Digital History, organizado pelo Center for
History and New Media da George Mason University, instituição pioneira na área
(http://history2016.doingdh.org).
[2] Para citar apenas algunos, el proyecto Obscuro Fichário dos Artistas
Mundanos, que agrega historiadores, artistas e curadores en torno a la
documentación del DOPS sobre los artistas fijados por la dictadura en
Pernambuco (http://obscurofichario.com.br), o las iniciativas del Center for History and New
Media, de las cuales la principal es aún el September 11th Digital Archive (http://911digitalarchive.org).
[3] Sobre el desaparecimiento de informaciones en la internet, una
reportaje informativa y que provocó cierta repercusión en el medio está
indicada en el link: http://www.theatlantic.com/technology/archive/2015/10/raiders-of-the-lost-web/409210/.
[4] Tema que ganó destaque en la siguiente reportaje de O Estado de São Paulo, http://educacao.estadao.com.br/noticias/geral,profissoes-do-futuro-historiadores-corporativos,1730012.
[5] http://chnm.gmu.edu/.