La olla comunitaria es mucho más que un simple recurso para mitigar el hambre; es un símbolo potente de unidad, resistencia y cuidado colectivo en América Latina. En su esencia, esta práctica ancestral se enraíza en la solidaridad y la reciprocidad, proporcionando no sólo sustento físico, sino también un espacio para la articulación y la movilización social frente a diversas formas de opresión. La olla comunitaria es un espacio de encuentro, de diálogo y de acción, donde las dinámicas sociales, políticas y económicas de un territorio se ponen sobre la mesa junto a los alimentos.
En contextos de huelgas obreras, movilizaciones campesinas, o en tiempos de crisis como la pandemia, la olla comunitaria se levanta como una herramienta esencial de resistencia socioterritorial. Más allá de la provisión de alimentos, representa un acto de autonomía y rebeldía contra el individualismo y el capitalismo deshumanizante. Como afirma la plataforma El Comején, en una olla comunitaria "cada cual aporta de acuerdo a sus condiciones y necesidades", desafiando la lógica de la medida impuesta y el consumo individualizado. Este acto de compartir, más que saciar el hambre, nutre la cohesión social y refuerza los lazos comunitarios, haciendo que, alrededor de la comida, las personas se sientan parte de un todo mayor.
Durante el estallido social de Colombia en el 2021, las ollas comunitarias jugaron un papel fundamental como espacios de resistencia no violenta, especialmente en las ciudades de Bogotá y Cali. Se convirtieron en puntos de encuentro donde se garantizaba la alimentación de los manifestantes, pero también en lugares de construcción de comunidad y de fortalecimiento de la protesta social en su ámbito político, tanto que en Cali los y las manifestantes construyeron un monumento a la olla comunitaria, como homenaje a su rol fundamental (imagen abajo). En estos espacios no solo se cocinaba y se compartía comida, sino que también se discutían y cuestionaban las políticas de Estado que perpetúan la desigualdad y la injusticia social. Al calor de la olla, se tejían solidaridades, se compartían saberes y se gestaban propuestas de transformación colectiva.
Monumento a la olla comunitaria en Cali, Colombia
Fuente: Acción no violenta en las Américas, 2024. |
La olla comunitaria también ha sido utilizada como herramienta de movilización frente a proyectos extractivos que amenazan la soberanía alimentaria y el bienestar territorial. Por ejemplo, en Guasca, Cundinamarca, la práctica de la olla comunitaria no solo sirvió para alimentar a los participantes, sino también como un medio para visibilizar la oposición al proyecto de extracción de gas shale realizado a través del fracking. Esta práctica conecta a las personas con la tierra y con las luchas por la soberanía alimentaria, integrando preocupaciones ambientales, sociales y políticas en torno a la producción y el consumo de alimentos. En este sentido, la olla comunitaria trasciende la mera acción de alimentar, convirtiéndose en un acto de resistencia contra las prácticas opresoras y en una defensa de la autonomía y soberanía territorial.
La resistencia al calor de la olla comunitaria también se manifiesta en la reivindicación del cuidado como un elemento esencial de la vida comunitaria y de la lucha social. En tiempos de crisis, estas prácticas desafían la indiferencia y la deshumanización, creando espacios donde la dignidad y el cuidado mutuo prevalecen. Las ollas comunitarias son, por tanto, una manifestación tangible de que otros mundos son posibles – un mundo donde quepan muchos mundos, como dicen los y las zapatistas –, donde el compartir y el cuidar de los demás son actos de resistencia y de construcción de nuevas realidades.
Imagina una gran olla burbujeando a fuego lento, soltando aromas que te envuelven y te atraen como un imán, uniendo a todos en torno al calor del fogón, desde la cosmopercepción sentipensante, en la cuál corazón y razón se entrelazan, la olla comunitaria emerge como un símbolo vibrante de unidad, cuidado y resistencia, retando al frío individualismo con cada cucharada de solidaridad. La olla, con su calor reconfortante, derrite las barreras y las distancias, nos invita a una mesa sin jerarquías donde cada aporte, por pequeño que sea, tiene un valor inmenso.
Pero la olla comunitaria no es solo para tiempos de crisis. Es también una celebración cotidiana de la vida y una herramienta poderosa para hacer visible lo invisible. La olla se volvió un grito colectivo que defiende la tierra y las formas de vida y de alimentación autónomas. En la olla comunitaria se cuecen todas estas historias de vida y experiencias de luchas, y se invita a recordar que el cuidado es un acto de resistencia, que compartir lo poco o lo mucho que tenemos es un acto de rebeldía contra un sistema neoliberal que nos impone el individualismo y la competencia.
En resumen, la olla comunitaria en América Latina es mucho más que un mecanismo de subsistencia. Es una práctica que desafía las estructuras de poder capitalistas, que visibiliza las luchas territoriales y que articula una resistencia socioterritorial a través del cuidado común. Al reunir a las personas en torno a un plato de sancocho, por ejemplo, la olla comunitaria no solo alimenta cuerpos, sino también esperanzas, resistencias y sueños colectivos de un mundo más justo y solidario.
Olla comunitaria de sancocho en la huerta comunitaria de Nova Andradina, en Foz de Iguazú, Brasil
Fuente: Archivo personal de la autora, 2024. |
Referencias
https://elcomejen.com/2020/07/10/la-olla-comunitaria/
https://revistas.flacsoandes.edu.ec/letrasverdes/article/view/3747/2572
https://flacso.edu.ec/accionnoviolenta/la-resistencia-noviolenta-al-calor-de-las-ollas-comunitarias/
Joselaine Raquel da Silva Pereira Estudante de história Licenciatura e doutoranda no PPGICAL - UNILA
Revisão: Rosangela de Jesus Silva - Professora da área de História na UNILA