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Pachucas: estética y resistencia femenina en la frontera

Años ‘40, Estados Unidos: la guerra, el racismo y la xenofobia estaban a la orden del día. En medio del caos, nacía en Los Ángeles la contracultura pachuca. De origen mexicano, migraban al norte en busca de trabajo, llegan a EE UU y se asientan en barrios periféricos, cubriendo los puestos laborales que los yanquis desprecian. Después de los negros, “los hispanos” ocupaban los escalones más bajos de la estructura social norteamericana;

[…] o rótulo étnico “hispanos” serve como índice da ansiedade de homogeneização anglo-europeia, que costuma colocar seus “outros” sob um mesmo guarda-chuva étnico, sem levar em conta as diferenças nacionais, culturais e raciais desses povos — que, na maior parte das vezes, vivem dentro território hegemônico porque foram conquistados em sua própria terra (como é o caso dos mexicanos-americanos, ou chicanos, nos EUA). (TORRES, 2001)

Alcanzan protagonismo en la prensa como bandidos, troublemakers, grasientos mexicanos. Hombres vestían sacos súper largos, prominentes hombreras, camisas coloridas y pantalones bombachos; mujeres en pantalones bombachos, camisas a cuadros abotonadas solamente en la parte superior, corpiños o top’s a la vista, maquillaje exagerado y peinados elaborados.

Los y las pachucas construyeron su identidad en gran parte desde la estética corporal, las prácticas culturales (música y danza), y lo lingüístico. En la entrada de hoy vamos a enfocarnos en qué reivindicaban las mujeres pachucas en la construcción de sus cuerpos: vestimenta, maquillaje, peinado. Se trata sin duda de una identidad complicada, atravesada por cuestiones de género, raza y clase.

La pachuca se adelantó varias décadas a las reivindicaciones feministas de los años ‘60, ‘70: “llevaban tupés de medio palmo, trajes de hombre y minifaldas 20 años antes de que Mary Quant nos diese permiso para enseñar las piernas. Se reunían en las esquinas de las calles y en los bailes. Bebían, fumaban y se metían en líos” (MORGUE, 2016).

Su cuerpo era, es, un territorio de resignificación de lo femenino. Se construye como mujer en una doble oposición a sus modelos contemporáneos: la mojigata mexicana, la dama yanqui. Nace en un entre-lugar interesantísimo: no pertenece a la sociedad yanqui, que la rechaza; ni mucho menos a la sociedad mexicana donde “el pachuco fue tenazmente acosado, sobre todo en aquellos lugares donde tuvo una significativa participación social” (VALENZUELA ARCE, 1997).

La pachuca ya no es mexicana; la sociedad mexicana la rechaza por traidora a su cultura. “Los americanos las odiaban y los padres mexicanos temían que sus hijas se transformaran en una de ellas” (Morgue, 2016); Octavio Paz es uno de los mayores exponentes del rechazo a la figura del pachuco:

Pero los "pachucos" no reivindican su raza ni la nacionalidad de sus antepasados [...] no quiere volver a su origen mexicano; tampoco -al menos en apariencia- desea fundirse a la vida norteamericana. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma” (PAZ, 1994)

Sin embargo, conjuga de manera peculiar aspectos de las dos culturas y es justamente este el que la transforma en una quimera, una paria, y una revolucionaria.

Resulta que en los años ‘40, cuando en EE UU las mujeres no salían de sus casas si no era para hacer la compra, las pachucas se travestían. Solían vestir faldas hasta o sobre las rodillas: en México todavía llegaba a los tobillos, en EE. UU apenas más cortas. Esta sola elección bastaba para que sean tildadas de putas o marimachos, lo que era suficiente para provocar un escándalo donde quiera que iban.


Ramona Fonseca, posando con su vestimenta pachuca (extraído de https://goo.gl/images/6q3o89 , consultado el 4 de abr. de 18)

Por otro lado, se destacaron por el maquillaje recargado que acostumbraban utilizar. Consistía en el delineado de los ojos con colores oscuros, hecho que probablemente atraía las miradas a ojos desafiantes, listos para escuchar una crítica y retrucar. Pintaban sus labios de rojo carmesí o tonos incluso más oscuros.

El cabello era un mundo aparte. Cumplía una doble función, estética y autodefensa. Consistía en grandes copetes sobre la frente, armados con estilo y varias capas de laca para mantenerlo firme; los extremos se sostenían sobre la cabeza con pasadores. Dentro del copete escondían navajas o gillettes para las peleas. Algo que cabe remarcar es la ausencia de trenzas, peinado ligado frecuentemente a lo indígena. Tampoco solían mantener el cabello largo, raramente sobrepasaba los hombros.

Eran señaladas como drogadictas, hipersexuales y bandidas, tanto por la prensa yanqui como por la mexicana. Es sensato recordar pandillas de pachucas como las Black Widows, y las Slick Chicks, quienes eran equiparadas a la mítica figura de la Malinche, mujer maldita traidora de la patria. Los editores de La Opinión decían que "como la Malinche, estas jóvenes mujeres han traicionado en público el comportamiento apropiado de las mujeres y han traído la vergüenza a la gente mexicana".

Bibliografía:

OCTAVIO, Paz. El laberinto de la soledad, Postdata, Vuelta a 'El laberinto de la soledad'. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica, 1994. pág 14-20.

VALENZUELA ARCE, José Manuel. El color de las sombras: Chicanos, identidad y racismo. México, D.F.: Universidad Iberoamericana: Plaza y Valdés Editores, 1997

MORGUE, Elena Rue. Pachucas: la subcultura mexicana que desafió las normas de género en los años 40. Playground Mag, 2016. Disponible en . Consultado el: 18 nov. 2017.  

TORRES, Sonia. Nosotros in Usa: literatura, etnografía e geografías de resistência. 2001

DIEGO, Jeannine. Las pachucas: esa contracultura de las mexicanas en Estados Unidos que aún hoy influencia la moda. Univisión, 2016. Disponible en . Consultado el: 18 nov. 2017.

Por Matías Maximiliano Martínez (Historia América - Latina) y Penélope Serafina Chaves Bruera (Letras, artes y mediación cultural)

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